El cine necesitaba romper con sus esquemas tras la llegada de Matrix y Avatar, películas que supusieron una tormenta digital que lo llevaría a la democratización última y a una generación de películas clónicas sin una identidad clara. Ahí, en esa ebullición de algoritmos y rostros creados cada vez mejor por ordenador, un grupo de daneses apostó por un cine menos técnico y más primitivo. Alejarse de los cromas, huir de la espectacularidad, hablar de temas más profundos bebiendo de cineastas como Pasolini o Bresson.
Así fue como nació el movimiento Dogma, caracterizado por realizar películas con los siguientes principios: no construir ningún decorado, utilizar escenarios reales, no recurrir a atrezzo alguno, no utilizar iluminación especial, no incluir ninguna “acción superficial” (por ejemplo, un asesinato), no recurrir a flash backs ni a ningún otro elemento de género, respetar la pantalla 4:3 tradicional y, por último, no incluir el nombre del director en los títulos de crédito.
En el año 2003, un total de treinta y tres realizadores de Europa, América, y Asia suscribieron estos principios, películas como Julien Donkey Boy (Harmony Korine, 1999) Celebración (Thomas Vinterberg, 1998) o la apoteósica Dogville (Lars Von Trier,2003) fueron las grandes banderas de este movimiento.
Celebración, por ejemplo, fue rodada con una cámara doméstica de vídeo sin apenas contar con luz, sus imágenes amarillentas y confusas contradicen todas las normas de fotografía, rompen cualquier forma de llevar una producción vista anteriormente, pero no por ello dejan de ser inteligibles, bellas y sensuales. Otro ejemplo es Dogville, se rodó toda la película en un mismo escenario, sin decorados, delimitando simbólicamente las puertas y las paredes, algo más cercano al teatro que al lenguaje del cine. Esto que podría parecer que alejaría al espectador de la trama se convirtió gracias a la intensidad de sus interpretaciones y a la dirección en una de las obras más grandiosas de los últimos años.
La vigencia de los principios del Dogma se fueron alejando en todos los primeros autores, pero aún así en posteriores trabajos como Melancolía (Von Trier,2011) o Canciones del segundo piso (Andersson,2000) siguieron mostrando un estilo visual impactante y alejados de los planteamientos que encontramos en el cine más comercial.
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